domingo, 31 de enero de 2016

Pensar desde la piel...



Una nota circuló hoy, ella es Ana Tijoux, a ella le gritaron "cara de nana", porque su rostro es como el de las mujeres mapuches que cuidaron niños... el equivalente a "mestiza" en nuestro estado, a india, a las de abajo... piel morena, ojos amerindios, pueblos originarios a los que tanto se ha humillado en los últimos 500 años, y de dientes para afuera en el discurso se les quiere... pero ahí lejos en la selva donde no afeen la ciudad, una ciudad donde se exige que hablen español y acepten que el color de la piel y los rasgos determina el lugar en la sociedad, según los mestizos de filiaciones "tez morena-clara" que abundan en este país.
Lo leí temprano, cerré el ipad y fui al baño en la terminal del aeropuerto. Me quedé pensando en ese tema que ronda mi cabeza sobre estar quebradas, nacer o simplemente estarlo para los demás por alguna razón: el color de la piel.
Ahí en el baño, acomodaba las toallas de papel una mujer. Morena -como yo-, como millones que se autodescriben con una filiación de piel "morena-clara". Ella de cabello negro y lacio sujeto por una trenza, su cabello antes oscuro ahora era dominado por las canas.
Su sonrisa me llevó a recordar lo que leí antes, lo que le ocurrió a la cantante. Pensé en la plática sostenida con una amiga acerca de la sensación y las miradas de las personas a mi alrededor en una área VIP del aeropuerto, en otro viaje cuando también como ahora traía una blusa bordada. Recordé también que este es un país dominado por clasistas que se blanquean a sí mismos y reniegan de cualquier indicio de negritud o de "indiez".
Recordé también lo que me hizo ruido al leer en el muro de algunas feministas que "serían feministas radicales pero tienen un título universitario", pensé en la amiga que se hizo abogada porque su hija fue víctima de feminicidio y ella se dedicó a acompañar a otras madres en la búsqueda de justicia, en un lugar en donde ser morena, cabello oscuro y ser trabajadora de maquila era casi sinónimo de la muerte.
Recogí mi mochila, mi bolsita y las acomodé junto a la llave para lavarme las manos. Lo hice despacio, observándo a esa mujer y le pregunté si no estaba cansada.
Un poco, vengo muy temprano, entro a las 6 de la mañana, pero a las 3 ya estoy libre.-platicó.
Le pregunté algunas cosas más y supe que venía en autobús, pero que para ella aunque no vivía tan cerca era más fácil llegar, a diferencia de otras personas trabajadoras que no tienen tan fácil el traslado a esa hora.
Me contó que checaba un reloj afuera y luego adentro volvía a checar otro para que le adjudicara un área de trabajo.
Me sorprendió su alegría, su sonrisa y amabilidad. No esperaba propina. No la pedía, simplemente desbordaba una amabilidad incomprensible en estos días.
Yo pensé en cómo era tan fácil entender que su lugar no lo ocupan mujeres blancas, ni altas, que es más común en contrar a mujeres así como yo, de piel oscura y cabellos lacios, en esas tareas. Pensé en lo que le gritaron a Ana Tijoux, y también recordé que cuando niña quise jugar con compañeritas en la escuela me dijeron que como yo no tenía muñecas, entonces podía jugar a ser la "gata", yo no sabía que así le decían -despectivamente- a las muchachas que hacen trabajo en las casas, me lo dijeron otras niñas y yo no me sentí ofendida porque ni siquiera sabía lo que significaba, y me puse a jugar con ellas acomodándole la ropa a sus muñecas. 

Luego pensé en ese hombre que me amó y un día me confesó que el tono de mi piel le parecía muy oscuro...
Recordé que yo, que no le presto mucha atención a nada, me fijé un día que mi cara y mi piel decían mucho más de mí de lo que yo pensaba, al llegar a un lugar. Que decía de mí al entrar a un lugar, a un restaurante o a una tienda. Y recordé el hermoso libro que descubrí hace un año, el de Piel negra, Máscaras blancas, de Fannon.
Y pensé también que los negros que aceptaban la domesticación eran aceptados y considerados "casi humanos"... de la misma forma, los mayas rebeldes eran nombrados mayas, y los que no eran rebeldes, los que se unieron a la sociedad española, ellos fueron "blanqueados" bajo el término de "mestizos", menos indios, menos mayas. Y entendí mi enojo por escuchar nombrar al pueblo maya como "mestizos".
Recordé al restaurante donde un chico guapo y blanco, de barba rojiza ofrece las mejore bebidas, pero otro de piel oscura es el que las sirve.
Y al saberme mujer, como a ella, la que cortaba los papeles y los entregaba con una sonrisa en el baño, entendí que si alguien sabe de opresiones son las negras, las "indígenas" a las que yo prefiero llamar con la identidad del pueblo originario, las mujeres que siendo todo lo que este mundo ubica abajo son además mujeres.
Me gusta saberme maya, me gusta saberme descendiente de una mujer que de sangre de una mujer negra que huyó de la esclavitud hace muchísimos años, me gusta saber que soy mujer y que en esta piel oscura voy descubriendo que como ella -la que cortaba el papel en el baño- y seguía hablando y con su sonrisa, se vive aunque el medio externo insista en ubicar en el último escalón de la sociedad en una sociedad hipócrita que se dice igualitaria pero prefiere a los oscuros sirviendo, a los que mira con curiosidad, y rara y extrañamente ocurre a veces que hay personas que no ven ninguna diferencia.

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