viernes, 12 de febrero de 2016

Dejar al amor llegar a donde va...

A veces pienso que este amor que "vive y nunca muere" es en realidad mi única forma de mantenerme humana. Que amo su recuerdo, su ausencia como única posibilidad de saberme de carne y hueso. Los últimos años he visto apagarse una a una las emociones y la confianza por distintas causas, que no tendría razón para amar a un hombre en este mundo en el que mi tarea fundamentalmente es contar el odio de los hombres hacia las mujeres que los amaron.
Por eso amo su ausencia. Se fue. No sé nada, ni dónde ni con quién, imagino tal vez y he elegido no saber no buscar, cerrar los ojos y quedarme en cambio con mi necesidad de ese amor.
A veces pienso que es maravilloso que el amor exista más allá de la voluntad, que nos demuestre que no le podemos domesticar. Que el amor existe para recordarnos nuestra pequeñez y fragilidad, es que acaso al amar nos ponemos en vulnerabilidad, en esa frágil desnudez del alma que nadie quiera ya en estos tiempos asumir.
Nos devuelve la conciencia de que nada somos de extraordinarios, que no importa cuánta gente haya alrededor, cuántas personas aplaudan lo que digamos, cuántas personas crean en lo que decimos o cuánta luz hay a nuestro alrededor hay un espacio donde nadie más puede habitar que el amor ausente.
Al principio creí que ese amor existía por un miedo a afrontar el mundo, luego porque era la imagen de todo lo que amaba y se resumía en él. Luego y ahora creo que es la suma de todo eso y algo más, esa existencia viva en el pecho del amor como algo vivo, con vida propia y que se aloja en nuestro cuerpo y más allá, que quizá es lo único que nos lleva a trascender.
Alguien me preguntó ayer por el tatuaje en mis muñecas, lo notó enseguida y supo de qué se trataba... el último verso, sí... lo que le da sentido a todo y sostiene: Polvo serán, mas polvo enamorado.  Me lo tatúe en enero del año pasado cuando buscaba desesperadamente olvidar su nombre. Pero él me olvidó a mí primero.

No hay comentarios: