sábado, 4 de febrero de 2017

Leonarda, la comadrona

Contaba mi abuela, mi Ofe, que su abuela se llamaba Leonarda. La recordaba constantemente en la ternura de su infancia lejana... así como yo la recuerdo a ella y a su abuela, en esa historia que nos contamos como un río que fluye desde ayer, en el río de historias que nos contamos para que no se olviden los nombres de nuestras abuelas, las ancestras.
Lo que sé es una breve fotografía de ella, la abuela Leonarda, era de piel oscura y se dedicó toda su vida a ser partera. Ayudaba a las mujeres a traer al mundo a sus hijos, las acompañaba en el camino del alumbramiento y lo hacía con paciencia y dedicación.
Ofelia siempre recordaba a su abuela con amor, era la de los brazos protectores cuando la perseguían para darle alguna tunda por alguna travesura infantil, la que abrazaba y acariciaba su piel oscura, porque igual que ella era negrura que era tan despreciada aún entre los pobres.
La abuela venía de muy lejos, contaba, de otras tierras donde había huído de los patrones. Era de "Mobila", contaba, y nunca supimos en qué lugar se encontraba y la curiosidad se anidaba en mí y me llevó a buscarlo en los libros de migración de las personas negras que salieron de Mobille, en Estados Unidos.
A veces cierro los ojos para recordar un poco más. Solo puedo imaginar a mi negrita, mi abuela, correteando junto al río que contaba, su infancia junto al Usumacinta allá por las rancherías en las que se diluyen los límites geográficos y solo saben de tierra y agua como frontera.
De sus días trepada en los árboles comiendo fruto o escondida entre los matorrales para que la dejaran por ratos en paz en una infancia de trabajo y más trabajo.
Sé de Leonarda, se de sus brazos fuertes y sus manos pacientes. Sé que un día atendió un parto muy cansado y ya le habían dicho que no fuera a atender parturientas porque estaba algo enferma. Sé que esa mañana había pasado la noche ayudando a una parturienta y que al amanecer llevó al río una palangana con las sábanas que habían usado para la labor de parto y en el camino la soltó y cayó muerta.
Decía que se le reventó la vena aorta, o quizá fue un infarto, lo cierto es que era una mujer más muriendo junto al río, una comadrona que se iba después de traer al mundo una criatura. Y entonces conocí la orfandad, contaba mi abuela. Todo se hizo más triste, nos decía, nadie me quería, mi padre no me mostraba su cariño aunque decía quererme, mi madre no me quería porque decía que me parecía a mi abuela por su piel oscura.
A veces cuando pienso en mi abuela, viene a mi mente Leonarda, viene con todas sus historias, con los niños traídos al mundo, con el sonido de una selva baja y el río corriendo, las aguas que la trajeron de lejos y el desprecio de la gente a su piel oscura que la persiguió a ella y a mi abuela. Ella que migró, ayudaba a migrar a las criaturas a este mundo. Veo a Leonarda en cada mujer que muere así, de esa muerte infinita que mata a las mujeres: la pobreza y la violencia.

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