lunes, 13 de febrero de 2017

La semilla

Cuando compraba la fruta, la trataba con respeto pero también tenía algo de conocimiento ancestral de las suyas, algo que aprendió en el camino y lo trajo para mí, que me lo dejó a mí.
El ritual empezaba en un ciclo inacabable. Empezaba por corta la fruta del árbol en el patio, rayar con un cuchillo los bordes de la fruta verde en ese trazo preciso de la punta al rabito, para cuando madurara envuelta en periódicos lavaba la papaya, la partía por la mitad y cuidadosamente abría esa vulvosa fruta y extraía las semillas para colocarlas en un papel o sobre un comal al sol.
Juntaba las cáscaras para dárselas a los patos, alimento que agradecían en ese ciclo perfecto en donde la tierra todo lo toma y todo lo da.
El fin de la semilla era el sol donde las ponía a secar, o para ser devoradas por los pájaros.
Nunca en el suelo, nunca en la basura. Ese no era su lugar. Y ahora al cortar la fruta pienso en eso, recuerdo ese gesto y me tomo la licencia de creer que era el respeto a la semilla.
Nunca tires la semilla, es la que nos permite comer, es la que nos da el fruto. Y si quieres cultivar, ponla al sol, ahí tomará lo mejor, se "curará" y si la echas a la tierra que sea así, seca para que encuentre el camino a la otra vida, a darnos su fruto.
Quizá el recuerdo se funde con el de la tortilla, con el grito ordenando que la tortilla no fuera a la basura bajo ninguna circunstancia.
"Es sagrada", decía mi abuela.
La trataba con respeto, guardaba las que sobraban en la comida, las separaba una a una sobre un paño extendido y las ponía al sol a tostar.
Si al caso alguna se llenaba de hongos, ese de color naranja intenso, ella decía que debíamos comerla, que era muy buena para evitar enfermedades y cuando no, las remojaba en agua para dársela a los patos y las demás aves de corral que crecían en el patio.
Ese patio gigantesco y a la vez pequeño donde lo mismo crecían elotes, que guanabanas, papayas, limones y espinacas.
La semilla no se tira así a lo inútil -decía, sino cuando es para que caiga en tierra fértil. La semilla, como la tortilla ha de ser tratada con respeto porque es la gracia de Dios sobre la tierra.
Lo recordé en ese ritual exacto de abrir la fruta y poner la semilla en una servilleta en el quicio de la ventana, para que le dé el sol y vengan los pájaros a devorarla.




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