sábado, 19 de julio de 2008

La bicicleta roja, de Marcelo Dughetti, el sueño de una realidad




Argentina Casanova

La bicicleta roja, una imagen dulce para los cuentos de cuerpos que sufren dolores. Frío y hambre en la adversidad de ser los “olvidados” pero desde una sociedad que se pinta con rostro y nombre en estas lecturas. La pobreza es la misma. No importa el lugar, ni el nombre ni el país. Tal parece que en América Latina se condena a ella misma, a su gente, a sus niños que dejan de serlo a fuerza de la realidad que les arrebata la inocencia.
Divididos a manera de 12 cuentos cortos, La Bicicleta Roja (2007) es un libro de narraciones de Marcelo Dughetti, joven escritor argentino con varias publicaciones como: Esa joroba de bronce (2003); Dónde cayó esta muerta (2003) por el que obtuvo el Primer Premio Provincial de Letras y El monte de los árboles sogueros (2007). Dughetti escribe de los pobres, a frases cortas pulidas como diamantes, con palabras que rozan en el brillo de la metáfora, pero se cortan en bordes que rayan la realidad más perfecta.
Si algo da incertidumbre y se queda en el espíritu es la posibilidad de encontrar la belleza en la fealdad. Ahí donde sólo es posible encontrarla en los ojos del cineasta que lleva su cámara y nos proyecta imágenes que sólo a través de su lente podemos advertir con la estética de las formas, las líneas y los colores, así se presentan los cuentos del libro escritos por Dughetti es un ejercicio de observación y reconstrucción de la realidad, pero también de disección meticulosa de una fotografía que parte a parte, capítulo a capítulo se ensambla en la memoria del lector.
El libro, breve y de circulación exclusiva en Argentina, es también para el lector paciente: una especie de novela corta en la que todos los personajes están entrelazados, parte de una misma realidad y de un mismo destino. Con situaciones particulares que significan aún más en la lectura de otro cuento, de otra pequeña historia en la que se inserta. Historias eslabonadas, parte de otras vidas que -aunque concluyen en el último cuento La mosca y la ladilla-, bien pueden continuar en ese territorio hostil que los cobija y los desnuda, pero también en el caserío de cualquier ciudad de este continente nuestro donde la miseria humana alcanza siempre a los más frágiles: a esos que fueron niños en cuerpo y adultos a golpe de realidad.
Los cuentos se nutren de frases cortas, puntuales y precisas que sintetizan pero construyen a cada pauta en una imagen poética de la realidad, incluso de la más dramática, pausándola y elevándola a retrato del momento. Una narración que dista mucho del encasillado realismo mágico, porque esto si puede ajustarse en alguna tendencia al realismo puro, donde el espacio de narración es la calle, las casuchas y las periferias de una ciudad, de Argentina, pero que podría ser la de cualquier ciudad latinoamericana por la pobreza y la marginación que deja a los de siempre sin nada. El tiempo es hoy o mañana. Da igual porque no cambiará mucho. Donde los personajes fluyen como en película: la puta, los niños y el maestro.
Esto, no puede inspirar más que la imagen de un personaje femenino de formas delicadas, una imagen bella que se graba en la memoria con la ternura que inspira la belleza cuando dice:
Se queda a comer después de la tormenta del amor y suele contar con palabras que ella punza con delicadas agujas para que no vuelen más allá de estos horizontes, historias de tierras donde el agua es un milagro y las mujeres, antes de ser degolladas por el destino, narran sucesos extraordinarios a sus crueles esposos.
No tiene narrador omnisciente, son todas voces de los personajes, al sucederse toman la historia, la ceden y entregan la estafeta a uno más, al que sobrevive y que hable de lo que ocurre adentro o afuera, aunque la mayoría de los relatos ocurren en el exterior, en la calle.
El libro ofrece el reto de conocer un poco más de la expresión cotidiana de la gente en Argentina. Los cuentos tienen lo esencialmente argento en el modo de hablar, en esas expresiones de la calle que encierran la retórica del idioma que se reinventa en los exteriores. Ahí donde tiene sentido decir: Manteca, pan y mate cocido, manteca, pan y mate cocido.”
La historia se escribe, en parte, de la posibilidad de que el lector la rehaga en su lectura, y es quien da significado a cada cuento; construyendo así, la interpretación del cuento final narrado en las doce pequeñas historias.