Argentina
Casanova
“El amor a uno mismo sólo conoce una barrera
-el amor hacia los otros, el amor a los objetos.”
Sigmund Freud, Sicología de
las masas y análisis del yo.
Si no
fuera por el subtítulo del poemario Tremévolo, compuesto de tres libros, con la
lectura de los poemas de la segunda parte sabríamos de qué se trata:
Pornoversos… titulados metafóricamente como Estanterías dionisiacas.
Me quedo
con esta segunda parte del libro para ser la que sostiene a la primera y la
tercera, -desde mi apreciación como lectora- la segunda parte es la que altera,
golpea el rostro con su realidad, la de
una concepción decimonónica de la poesía.
Pero la
poesía no solo se hace de la belleza, también en la fealdad o en lo perverso
hay una estética poética, la que hay en la turbia existencia de los subyugados
a sus pasiones. La pasión se ha abordado el Ars
Amatoria de Ovidio, fue de invocación a Venus, a inspirar El Arte de las putas, de Nicolás
Fernández de Moratín, auténtico manual sobre las prostitutas del Madrid en
1777.
Algo que
se antoja más ligado a la pornografía que a la literatura, pero el tema es ¿la
pornografía es literatura? Acaso cabe la pregunta, y como Adán con la intención
y el gusto por el tema procuro la respuesta: varios son los matices que pueden
abordarse pero en lo esencial “en griego antiguo pornografos designaba al autor que trataba sobre la prostitución:
así como pornografía designaba aun género pictórico: la representación de
prostituidas…”[1][1], entonces la literatura y la pornografía se ligan
hasta ser una categoría de análisis y como tal está sometida a las mismas
exigencias de otras categorías de la literatura.
Cumpliendo
con esta premisa, es que el autor titula al segundo libro inserto en el
poemario Tremévolo: Pornoversos y calumniaditas sin censura.
Así, Adán
Echeverría anuncia con las palabras de
Tolstoi, en un epígrafe, los linderos del poemario que va de la subyugación, el deseo, la locura, la
pasión que son al mismo tiempo un dragón de varias cabezas.
No es
casualidad, hay una intencionalidad latente en la voz lírica del poema cuando
dice: Dejen que me inflame/que suelte mi
verso amoral y nocheciente,/mi verso-dardo irreparable.
El verso
no se limita, ni se reprime no le teme a lo obsceno y lo pornográfico, en
presentar el amor como algo carnal, y por ende lleno de humores y olores, de
fluidos y nombrando al cuerpo con sus nombres, a sus partes.
El
discurso poético de Tremévolo se sostiene en estructuras gramaticales y
estilísticas específicas y distintivas, desde una dimensión específica de
descripción que atraviesa el poemario: la sexualización de la existencia.
No es
posible una lectura ingenua de Tremévolo, al que hay que dar una lectura
intencionalmente obscena para ob-tener el placer del texto no solo en el
sentido de Roland Barthes, sino propiamente en el entendimiento de la retórica
popular pero construido con un lenguaje poético que confirma que todo en la
vida es pues sexualidad consumada en la
palabra:
Cito:
Todos están ardiendo en el fuego
que somos crematorio
dormitadas velas de la madrugada.
Qué mejor entierro que
enterrarnos,
enterrarte el pene y el ojo
básico de cada noche,
El verso
no se construye con la metáfora, se sustenta en la polifonía de las palabras
que usa, sugiere imágenes sexualizadas latentes en el imaginario de quien lee
–o escucha-, pero también se atreve a interpretar la concepción prejuiciada de
la sexualidad y la perversión con una mirada de devota fascinación.
En el
texto pornográfico el cuerpo es frecuentemente castigado, espectáculo que
produce placer en personas que han sufrido represión en sus actividades
amorosas y sexuales, dice Gabriel Weiz en Dioses
de la Peste, y en el poema esa fascinación por la violencia se sublima como
un ingrediente más de la obra que aquí presentamos con versos sútiles o que se
confrontan con imágenes descarnadas:
Quiero castigarte con la punta de
mi lengua
rozarte con el glande sin hacer
la embestida
Versos
más adelante dice:
Ven a orinarme, ornitorrinco.
Ven a volverme paradigma
La poesía
no es realidad pero crea una capaz de reflejar la que vivimos, y Tremévolo se
inserta en una interpreta del mundo en una cultura en la que el cuerpo en una
escritura masculina que describe lo femenino como objeto sexual, pero el autor
se abre, se imposta en una voz femenina pero no es otra voz lírica, es la del mismo sujeto textual que habla y
se enuncia se ofrece en esa concepción pornográfica de sumisión femenina, porque
en el deseo construido en el imaginario popular solo lo femenino cabe a
abrirse, a someterse, a ser poseída y penetrada. Y en el poema se confiesa el
sujeto lírico sometido:
Qué me has dado sino el más puro
dolor
purificado y rectilíneo,
retardado y trovador de lunas
Porque
hasta la pornografía a pesar de su papel transgresor reproduce modelos
patriarcales de sumisión femenina frente a la embestida masculina, aunque el
doliente obsesivo enamorado se torne abierto-femenino, sumiso sometido en el
poema:
Quiero ser tu hembrecita dulce
dime si no soy buena
mujercita, tú lo sabes.
Lo sabes cuando me insertas tus
uñas de lodo,
El deseo
es lo latente y a partir de esa emoción plantea una forma de amor humano,
carnal y nos despierta furia con su obscenidad que nos estrella en la palabra;
el recurso de la repetición busca y alcanza exasperar, alterar y enfatizar. En
una concepción perversa del deseo:
Cito:
¿Quieres que te mire coger?
Déjame sodomizarte
Clávame ese bastón de aluminio
que te he regalado
Pero
también es una forma de pulsión latente en estos días en esa concepción de lo
placentero de la actualidad; Renata Salecl, plantea en Perversiones de amor y de odio que la pulsión obtiene siempre
satisfacción, mientras que el deseo siempre permanece insatisfecho.
Cito:
Los espero en este punto,
en este pedazo de vértebra
en que no dejo de presentirme
lobo,
quimera equidistante que nada
justifica
ni el amor, ni la muerte que
llevo acá en la espalda.
En última
instancia, la pulsión es siempre la pulsión de muerte –sostiene Salecl-, la
fuerza destructiva que socava sin piedad y sin fin los puntos de apoyo que el
sujeto ha encontrado en el universo simbólico.
Entonces
no extraña que en el poemario la muerte sea un ritual sensual de sublimación.
Cito:
Vamos a matarnos todos juntos
a brindarnos al suicidio
colectivo
El
poemario no es ni moral ni aleccionador, es amoral porque se presenta sin temor
de lo que despierta, es una fotografía de una forma de intimidad humana que las
más de las veces nos negamos a aceptar en lo público aunque en lo cotidiano
palpamos su existencia, con toda su violencia y la fealdad de lo perverso que
se entraña en formas de amar que la sociedad hoy prefiere etiquetar como decadente aunque es lo que se vive en este
tiempo.
Por momentos,
el verso es una película que transcurre en nuestros ojos, con la referencia de
las imágenes de filmes pornográficos, la sublime fantasía elucubrada en lo
profundo o como la pesadilla de ser la víctima de un ataque; pero capaz de
construirse como imagen escupiéndonos en la moral que nos obliga a esconder la
confesión del placer o la compresión de las imágenes poética si se hace en una
lectura hipócrita evasora.
Algo hay
siempre de grotesco en la pornografía como nos cuesta confesarnos humanos,
comunes y ordinarios,
Y si el
epígrafe Freudiano lo hallan fuera de contexto, vale decir que el amor es
también el deseo del otro, una insatisfacción perpetua por nunca poseerlo del
todo.
El
discurso poético de Tremévolo es globalmente coherente, con una primera parte
llamada Anatomía distante y sin retornos que no es ociosa, es la metáfora del tiempo
del deseo el enamoramiento que se torna obsesión y empieza a agobiar, con imágenes que se confrontan y nos guía a
una poesía de lo que se habla, se vive, se escribe y se hace en la realidad de
las personas, de esos posibles lectores, del sujeto lírico que habla en el
poema y posiblemente del autor.
Cito:
¿Buscarte? Todos te buscan,
¿Quién te encontrará en el
resorte de las camas?,
¿o eres tú buscándolos?
¿Para que otros rostros para qué otros nombres?
¿Mi orgasmo no te basta?
Una
tercera parte donde el yo lírico se imposta en la hipocresía de amorosas
confesiones.
Donde la
nostalgia se teje como una forma también de sentir deseo, de consumar la pasión
por la “ella” distante, una vuelta al discurso amoroso después de las probadas
perversiones que le anteceden al mismo objeto del deseo porque después de todo
también esas son formas del amor.
Y termino
citando a Tremévolo:
Hemos herido tanto, hemos
sangrado poco,
lamiéndonos, paladeándonos como
las hienas
hiriendo el cenit de alumbre en
que nos alumbramos.
Argentina
Casanova, Campeche, Camp.
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