domingo, 29 de diciembre de 2013

"Soñe que el rio me hablaba..." Para mi bello durmiente

Atreverse (Algunas poetas son holgazanas)

Argentina Casanova

Encontrar una propia voz es una parte del proceso de madurez que todo y toda poeta busca. Cuando leí por primera vez a Gabriela Bustros, hace ya algunos años, me quedó claro que tenía una voz poética y que ésta iría perfilándose o borrándose según si hiciera caso a su instinto o se disfrazara bajo la hechura conveniente de la poesía a modo de los concursos literarios.
Escribir auténticamente, o como dice el amigo poeta Sergio Witz, escribir “sinceramente” es lo que hace la voz propia del poeta. En este caso de la poeta, así, poeta y no poetisa, cuya palabra me hace pensar más en los versos pulcros y almidonados, ahí donde se hace orfebrería pero se oculta la pasión y nada hay de reflejo de la realidad que la poeta vive y poco hay de ella misma.


La poesía de Gabriela es una poesía con cuerpo y ritmo propio, fluye, se dice y se lee como si se escuchara el hablar cotidiano, y es ahí donde radica precisamente su belleza. Es una poesía que se nutre del hablar cotidiano, de esos recursos de las retóricas del hablar callejero y de esta generación, pero que en el verso pierde su aspecto callejero para ser el poema. Así con la belleza del hablar popular, del decir de las personas que transforman el lenguaje en el día a día, incorporándose sus matices y que a la larga obligan a las academias a modificar sus sacrosantos diccionarios.

Me gusta la poesía de Gabriela Bustos en este segundo libro en el que definitivamente hay una madurez, que se nota, pero siendo ella. Requiere, pese a lo que se piense por su lectura fluida, una lectura avezada, por la intertextualidad y las referencias obligadas para una segunda comprensión del verso, se escribe para toda la gente, pero en busca de su “lector ideal”.

Me parece que Gabriela se divierte, nos muestra que sabe la forma del verso que se espera, pero nos sorprende en su voz, y tiene también la búsqueda del trastocamiento del lenguaje, la aliteración es el recurso, y la abundancia, explora y experimenta, se busca y se encuentra, pero sobre todo se atreve y ese es el dilema de todo poeta, arriesgar en la búsqueda de su propia voz, de su propio decir manteniendo su sinceridad. Hay un girondesco verso que se construye en quien lo lee, pero con un eco de las voces de la poesía brasileña que acierto a escuchar, pero quizá es ese ritmo del caribe, del puerto, de la poesía portuguesa que a fuerza se hace un sello en la voz de esta poeta irrespetuosa y “holgazana”.

Hay una voz que empieza también a ser de nostalgia, es una mirada hacia el interior, pero con los ojos del hartazgo de este tiempo que nos tocó vivir, de este nuestro tiempo, del que estos poemas son a la vez un canto que evidentemente se hace de estas canciones-poemas.